Imagina

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miércoles, 22 de marzo de 2017

Historia en imágenes


1. BAJO TIERRA



Caes, caes sin remedio y contra la nada.
Despiertas, solo, sin más compañía que esa verja 
que te separa del exterior, que te aísla y te hace sentir pequeño,
como si fueras uno entre millones. 
Vacío y negro, sin más luz que esa linterna que pasa vigilancia por las noches,
y sin más compañía que los recuerdos. 


2. ARREPENTIMIENTO

  
Y, justo en ese instante, tambaleándote sobre la cuerda floja,
Evocas aquellos errores cometidos, los recorres de mil maneras distintas.
Miras a la cara a aquella piedra que tanto te hizo tropezar, para
comprendier al fin dónde te equivocaste y dejar
paso a la pena, y a la culpa, que irremediablemente te consume.


3. INTROSPECCIÓN



Y, con todo ese tiempo que tienes y que antes te faltaba,
no haces otra cosa que pensar. Reflexionar.
Reflexionar sobre ti y tu mera existencia,
Sobre aquello que hiciste, sobre lo que un día fuiste,
Sobre lo que eres y lo que te gustaría haber sido, o haber hecho.
Porque no hay peor recuerdo que aquel que nunca ocurrió.
Piensas que quizá sea cierto eso que dicen, que la gente cambia,
Que los años pasan y que la vida no espera.


4. NOSTALGIA


Nostalgia, ese puente que une inevitablemente una realidad presente y
Una pasada. Ese vínculo entre tu mejor recuerdo y tu peor ahora, el significante
De algo que tuviste y ya no tienes.
Un olor, un sabor, un lugar, un sentimiento, una persona.
La nostalgia, aquella compañera de viajes que no te permite dormir,
Recordándote el tacto de la nieve, el olor de los bosques,
La brisa de la montaña, el sabor de la cerveza, el sabor de un buen beso,
De un buen abrazo, la complicidad de una mirada, de un simple roce…


5. CAÍDA A TU “YO” MÁS OSCURO


Navegando por tu interior descubres algunos de tus rincones
Más ocultos, más oscuros. Aquellos pasajes de tu alma que nunca
Has querido ver, ni reconocer, salen a la luz en tu peor momento.
Los recuerdas, los miras por encima del hombro como a un viejo conocido,
Te sumerges en sus profundidades, buceas bajo sus mantos de tiniebla y pesadilla,
Sin dejar apenas espacio para un último suspiro.


6. ACEPTACIÓN DE LA REALIDAD



Pero después de la tormenta siempre llegala calma,
Una calma que aflora de lo más interno de tu ser y te hace resurgir.
Dejas atrás la orscuridad para darte de bruces contra el suelo de la verdad.
Y, sin más, te obligas a aceptarla, te dices que has de sobrevivir a ella.
Debes hacerlo, es lo único que queda.


7. LA ESPERA



La espera, la vida es una espera continua.
Esperas a que pasen cosas, esperas a que acaben otras, pero esperas.
En la parada del bus, sentado en el tren, a la hora de salir,
 esperas a que pase el tiempo,
A que acabe el día, a que llegue esa fecha importante.
Esperas hasta cuando no sabes qué estás esperando, sólo a que pase el tiempo,
A que termine la marea, a que pase lo malo, a que llegue lo mejor.
Toda nuestra existencia se construye por interminables esperas, negociaciones,
Estaciones, años, décadas. Tiempo.


8. DISTRACCIONES



Pero en toda vida siempre debe haber algo que te abstraiga, que te contraiga, que te
Desinhiba de la verdad, de la realidad.
Un libro, una canción, una película, una imagen, un recuerdo,
Una historia, un beso, un cigarrillo, una mirada, un sentimiento.
Cuando aprendes a dejarte llevar por ellas, por las distracciones,
Entonces tendrás la capacidad de escapar, de desaparecer de este mundo y esta vida
Aunque sólo sea durante un instante.

9. ESPERANZA FUTURA


Pero, ¿y esa clásica luz al final del túnel? ¿Existe realmente?
Puedes estar esperándola, buscándola infinitamente, y quizá nunca llegues a verla.
La vida es más sencilla si crees que existe, que está en algún lugar,
Que en algún momento llegará hasta ti.
Lo cierto es que existe sólo si tú lo crees así,
Una luz débil, pero constante. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Uno y uno

Una mañana gris de un invierno cualquiera.

Llevo tiempo viviendo en ese sentimiento sin nombre, en ese limbo en el que lo bueno te sacia en un corto periodo de tiempo, haciendo que te arrastres otra vez, probando otra vez, esa vez, una cualquiera.

Un limbo en el que nada de lo malo es importante, en el que existe una unión irrompible y necesaria de uno y uno: dos. Un limbo en el que esa unión es verdadera, pero siempre flexible y sin acabar, en la que ni el amor ni el dos son impuros, pero que a veces se abandonan a la búsqueda de ese nuevo sentimiento, de la posibilidad de un presente mejor, de una válvula de escape.

Porque uno y uno también puede ser tres cuando se quiera, porque las normas están para romperlas de vez en cuando, y porque esa satisfacción que se busca es corta pero intensa, pero irremediablemente corta.

Y si no funciona empezaré de nuevo y otra vez, pero siempre cuidando de ese dos que tanto me ha dado y por el que tanto di, ese dos que sigue buscando esos momentos por los que mataríamos, los dos, como casi uno solo, una sola existencia con dos mentes, dos corazones, pero una sola.

Cuánto he tardado en darme cuenta realmente, de que ya no importan los prejuicios, ni las miradas amargas, ni los comentarios lascivos,  porque somos uno solo, y porque uno suma más que dos.




M

sábado, 1 de octubre de 2016

La fantasía del mañana

El futuro...

¿Tengo claro mi camino? Por supuesto que no. ¿Es que alguien lo tiene? Simplemente no creo que exista tal cosa, no creo que podamos desarrollar un futuro en nuestras cabezas y esperar que se cumpla al pie de la letra. No creo que sea ni sano ni realista, porque todos los planes pueden torcerse y la vida nos entrena para pasar por ello, con todos sus atajos, baches y desvíos.

No creo que haya que confiar en un futuro, pero sí que creo en las metas a largo plazo, porque si no tuviéramos, no seriamos capaces ni de levantarnos por las mañanas, sencillamente. Las personas necesitamos tener algo por lo que luchar, una causa que nos pueda hacer libres, un proyecto que nos de la vida.

Nunca he sido una persona muy optimista, yo me considero más bien realista, aunque muy en el fondo sepa que lo que soy es negativa. A pesar de ello, mis proyectos a largo plazo son un tanto ambiciosos, pues me gustaría convertirme algún día en directora de cine, o en periodista de una revista o un periódico. Sí, lo sé, sueño a lo grande, pero son simplemente especulaciones y fantasías que repaso en mi cabeza cuando me levanto por las mañanas y marcho hacia la universidad. Si no pudiera ser, me gustaría, al menos, trabajar en algo que me gustara y que se me diera bien, que supongo que ya sería lo bastante complicado de conseguir.

También espero que mi camino me lleve lejos de este sitio, no por el lugar ni la gente, es simplemente que tengo la imperiosa necesidad de escapar lejos para encontrarme a mí misma. Sé que puede sonar a tópico, pero es realmente lo que pienso, es la idea más cercana que puedo tener de libertad. Estar en otro lugar, con otras personas, en un ambiente completamente distinto al que estás acostumbrado, es una sensación que espero y que creo con certeza que todo el mundo debería experimentar al menos una vez en la vida. Creo que si no paso por ello, que si no me voy a vivir lejos aunque sea durante unos años, nunca llegaré de conocer a mi persona interior al completo. Y me ocurre lo mismo con el hecho de vivir sola, aunque sólo fuera durante unos meses. Me gustaría recordar esto cuando pasen unos años, no olvidar las ganas que tenía de viajar y conocer todos los rincones que siempre quise ver.

Respecto a mi vida personal lo tengo menos claro, ya que me encantaría seguir estando con mi pareja actual, aunque los conceptos de matrimonio e hijos nunca han encajado muy bien conmigo, para ser sincera. Además de que siempre he pensado que si te atas a alguien ya desde un principio, te perderás muchísimas cosas, dejarás muchísimas experiencias atrás, tantas que da hasta miedo. De todas formas, es amor es también una forma de libertad aunque lo compartas sólo con una persona, lo que te debes preguntar es si merece la pena. Yo creo que puede merecerla, aunque trato de no agobiarme con ello, lo que tenga que venir vendrá y que así sea.



No importa realmente el camino que elija, sino que siga caminando. Quiero creer que en ese futuro no habré dejado que me pisaran, o que me hicieran olvidar mis sueños, o cambiar mis metas. Espero que en ese futuro nadie me haya privado de hacer algo que amo, y espero que siga recordando el sentido de mi ser, espero que haya leído tantos libros como palabras haya escrito, y espero no se haya apagado mi imaginación, y que continúe plasmando ideas en imágenes con una cámara. Espero y deseo todo ello, ojalá se cumpla. 



miércoles, 21 de septiembre de 2016

El tiempo

El tiempo…

Puede entenderse como esa línea de sucesos que se alarga hasta una nada inexplicable. Es, sin duda, lo único que no podemos dejar de imaginar, lo único de lo que no se puede escapar. No puedes librarte de su paso igual que no puedes dejar de respirar.

Porque el tiempo, ilusión o no, es lo que da la vida y te la quita. El tiempo no se comprensa, ni se alarga ni se acorta, ni se pierde ni se gana, porque el tiempo está ahí queramos o no darnos cuenta, porque el tiempo fluye al igual que una hoja arrastrada por el viento.

Por eso es por lo que tenemos que aprender a pararlo en los momentos en los que tiene que ser parado, aprender a capturar esos instantes que no queremos que acaben, pero que acaban, porque como todo siempre acaba.

Por eso es por lo que tenemos que aprender a no vivir en el recuerdo de lo que fue ni en la fantasía de lo que podría ser, porque el tiempo traiciona al igual que la promesa de un infiel, porque el tiempo es frágil, tanto largo como corto, según los ojos que lo miren, y si es que se puede mirar.

Porque el tiempo viaja a la velocidad que tú decidas que viaje, porque siempre se puede empezar de cero, porque ni los años ni las estaciones te van a esperar, y es que la vida es finita aunque el tiempo no lo sea, aunque se construya y deconstruya un millón de veces al día.

Porque, aunque no lo sepas, o aunque no te quieras dar cuenta, todos los caminos tienen baches, desvíos y atajos, al igual que tienen un final, y un día te sentarás y verás la vida pasar frente a tu ventana, y te preguntarás… Si habrá valido la pena.



Yo, al menos, eso espero. 





martes, 6 de septiembre de 2016

VII | Días Grises

VII

-Voy a por un café ahí a la esquina, ¿quieres algo? – Me preguntó Claire a mitad mañana, interrumpiendo mi relectura de The Family of Man de Edward Steichen y Carl Sandburg, uno de esos extraordinarios libros que recomendaba leer a mis alumnos en mis días de profesor.

-Eh, vale, un café, gracias. – Musité sin levantar la vista de una de esas fotografías de Cartier Bresson que se quedaban grabadas en tu memoria. Comprendí entonces lo mucho que echaba de menos aquellos tiempos en los que llevaba una cámara atada a mi piel, aquellos tiempos en los que no llevar a cuestas el aparato de un lado a otro era simplemente inviable. Suspiré con nostalgia, y decidí rescatar la cámara del cajón en el que había estado aparcada los últimos años.

-Aquí tienes tu café. – me dijo mientras lo dejaba junto a unos cuantos papeles que me faltaban por revisar.

-Gracias, Claire. – En ese momento me percaté de que su pelo rubio estaba más corto y le llegaba por los hombros, dándole un aspecto más fino y elegante. – Bonito corte de pelo, por cierto.

Noté cómo se ruborizaba ligeramente.

-Gracias, y bonita… Barba.

Me reí.
-Gracias, la verdad es que no pensaba dejármela, pero no me apetecía lo más mínimo afeitarme. Si a ti te gusta creo que me la dejaré.

Sonrió.

-Sí, siempre queda bien, sobre todo a ti que eres moreno de ojos azules…

Asentí, aunque no sabía qué tenía que ver el color de ojos en eso.

-Bueno, disfruta del café, yo voy a seguir…

De repente sonó el teléfono y la interrumpió, así que se despidió con la mano y se alejó. Bebí un rápido sorbo de café y descolgué el teléfono.

-Biblioteca St. James, ¿qué desea?

-Estoy buscando a Ewan Wilson, ¿trabaja ahí?

-Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?

-Soy el Director Anderson de la Universidad.

-¿Director Anderson? ¡Vaya, cuánto tiempo sin hablar con usted! – Sonreí con entusiasmo al evocar aquellos recuerdos. 

Pude oír una risa grave a través del interfono.

-Temía que ya no te acordaras de mí.

-Por supuesto le recuerdo, señor.

Volvió a reír.

-Estupendo. Oye, quería comentarte un asunto.

Me interesé, podía ser que requiriera mi presencia para una conferencia o algo del estilo.

-Dime.

-Ha quedado vacante una plaza de profesor en tu materia, y no se me ha ocurrido una persona mejor cualificada que tú para el puesto. Sé que es un poco precipitado, pero el caso es que si te interesa convocaríamos una reunión para discutir algunos detalles este lunes.

No supe qué contestar. Había tenido mis razones para abandonar aquel puesto la primera vez. Recordé entonces el agobio que residió en mis entrañas durante los últimos meses en los que impartí clases. Los colmillos de la ansiedad volvieron a escalar por mi garganta, dejándome sin respiración y nublando mi vista; encerrándome en un torbellino de ojos hambrientos y sudores fríos por todas partes. Empecé a hiperventilar y los temblores recorrieron mis venas por doquier…

Sólo que no fue real. No tuve un ataque de ansiedad, sólo imaginé que lo tenía.

-¿Ewan? No te preocupes si necesitas tiempo para pensártelo, en serio.

Carraspeé para ganar algo de tiempo, justo el necesario para que mi mente dejara de alucinar y empezara a plantearse aquella como una posibilidad real. No obstante, mi primera inclinación fue rechazar la oferta, casi mecánicamente:

-Señor Anderson…

-Ewan, sólo piénsalo. – Me conocía demasiado bien como para saber que no podría darle una 
respuesta sin considerar todas las posibilidades antes.

-Lo haré.

-Bien, te doy hasta el viernes para deliberar la oferta. Te enviaré el contrato esta tarde para que puedas echarle un vistazo, aunque conociéndote lo leerás al menos cien veces. Será un contrato borrador y totalmente flexible, así que no te preocupes, ¿vale? Es sólo una propuesta que me gustaría que consideraras. Ha pasado mucho tiempo, casi año y medio, las cosas pueden haber cambiado, o no. – Hizo una pausa. - Yo sólo quiero que lo pienses detenidamente. Sin presiones.

-Lo haré. – No supe qué más decirle. 

-Está bien. Espero tu llamada. Un abrazo.

-Adiós. – Colgué.

-Hey, ¿estás bien?

Al parecer Claire había estado rondando por la planta todo el tiempo, y apenas me había dado cuenta.
Al ver que no contestaba y que seguía en estado de shock, cogió una silla que había en una de las mesas de lectura y la puso junto a la mía.

-¿Ewan?

Me giré y me quedé mirándola durante un momento, parecía realmente preocupada por mí. Estaba sentada con una pierna sobre la otra y varios libros en su regazo que le faltaban por ordenar, con sus grandes ojos avellana mirándome con expresión serena pero cariñosa. Había algo en ella que me transmitía la más plena confianza, quizá era su estilo despreocupado y causal pero siempre fino y elegante, quizás era su cuerpo de niña de catorce años o quizá su sonrisa blanca y pura. No lo sabía. 
Parecía tan dispuesta a ayudarme que casi me daba pena no contarle nada, como era habitual.

-Me han ofrecido un puesto en la Universidad en la que trabajaba de profesor antes de venir aquí.

Su expresión se ensombreció, a pesar de que intentó ocultarlo.

-¿Y qué les has dicho? – Su voz sonó mucho más fría que de costumbre.

-Que lo pensaría.

-¿Puedo hacer algo?

-No hace falta que hagas nada, Claire, pero si quieres puedes ayudarme a decidir. Aunque claro, me figuro no podrías ser una persona imparcial respecto a este asunto.

-Puedo serlo.

Sonreí.

-No, no puedes. Pero gracias.

-Vamos, Ewan, hace mucho que nos conocemos y de verdad que puedo ayudarte, soy muy buena en la toma de decisiones. Y te prometo que no intentaré nada para que te quedes, aunque me gustaría. -Ahora fue ella la que sonrió.

Me rendí con un suspiro algo dramático.

-Bueno, vale.

-Pues si quieres vamos a la cafetería de la esquina cuando terminemos el turno de mañana, tiene una terraza muy chula.

Asentí.

***


Le pegué un sorbo al café mientras ella se encendía un cigarrillo. Era la primera vez que la veía fumando, y, hasta ese momento, no tenía ni la más remota idea de que lo hacía. No le pegaba nada.  

-No sabía que fumaras.

-¿Quieres uno?

-Bueno, no fumo desde que estudiaba en la universidad.

Se quedó mirándome mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla.

-Está bien, por qué no.

Me encendí el primer cigarrillo en más de siete años, y lo disfruté como solía, mientras me empapaba del entorno de aquella pequeña terraza que rozaba un estilo de lo más excéntrico y bohemio.

-Está bien este sitio. – Musité una vez escapó el humo gris atrapado tras mis dientes.

-¿No habías estado?

-No suelo ir a cafeterías.

-Yo me tomo un café aquí antes de ir a la Biblioteca todos los días.

-¿Fumas mucho?

-No, tres o cuatro cigarrillos al día. He llegado a fumar casi el triple en mis días, por lo que considero esa cantidad tan ridícula que me califico como una persona no fumadora.

-Vaya, realmente no te pega nada.

Se encogió de hombros.

-Bueno, Ewan, vayamos al grano.

Me puse algo tenso.

-¿Te interesa el puesto?

Consideré ligeramente a respuesta antes de contestar:

-Yo tuve ese puesto un día, y sí, para qué negarlo, estaba bien pagado, el ambiente era bueno y el sitio una maravilla.

-¿Por qué abandonaste?

-No fue por una razón en concreto, fue mi vida la que cambió. – Hice una pausa, meditando las palabras que diría a continuación. – Tienes que entender que para mí no era sólo un trabajo, era una inspiración para transmitir a mis alumnos aquello de lo que realmente disfrutaba: el cine y la fotografía. Estaba en mis venas la necesidad de compartir con ellos mis experiencias y aconsejarles de la mejor forma que sabía. Incentivaba mentes jóvenes y creativas para que un día llegaran a ser directores de cine o fotógrafos profesionales o cámaras o productores o realizadores o mil cosas más. Era algo realmente único que me tomaba muy en serio.

-Estoy esperando a que pongas alguna pega.

-La pega, sí. – Inspiré profundamente. – Llegó un momento en el que la presión era demasiado fuerte, en el que me agobiaba por casi cualquier cosa. Habían mentes brillantes allí dentro, Claire, y yo estaba en un momento de mi vida en el que no me sentía preparado para formarles. ¿Merecían unas mentes brillantes como las suyas, un profesor mediocre, un profesor que no pudiera aportarles nada, alguien sin ese incentivo que necesitan los alumnos para alcanzar lo que se propongan? La respuesta es no.

-Vale, entiendo tu postura, pero, ¿por qué estabas así? Tenía que haber un motivo.
Suspiré, nunca había hablado de aquellos días oscuros con nadie. Ni siquiera sabía cómo me había dejado convencer para contárselo a ella. A pesar de ello, continué:

-Sí, lo hubo. Mi madre tuvo un derrame cerebral por aquella época. Yo ya estaba mal de por sí, pero la muerte de mi madre fue como la gota que colmó el vaso. No me veía capacitado ni con las fuerzas suficientes para ponerme frente a cien personas todos los días y aparentar que no ocurría nada. Fui incapaz.

-Lo siento mucho, Ewan.

Un incómodo silencio inundó la conversación, justo hasta que el camarero llegó y nos preguntó:

-¿Queréis que os rellene el café?

-Sí, gracias. – Dijo ella con una amable sonrisa mientras el hombre nos llenó las tazas para luego irse a atender otra mesa.

-Bueno, ahora lo entiendo. Necesitabas alejarte de aquel mundo y trabajar en la tranquilidad de una Biblioteca, al menos mientras te recuperabas del choque.

-Exacto. 

Ambos tomamos un sorbo.

-¿Y volverías si supieras que todo iba a ser como al principio?

-Sin duda.

-¿Y no crees que a lo mejor ya no te afecta lo rebosante que pudiera estar ese vaso?
Me quedé replanteándome aquella pregunta trascendental durante unos segundos, mientras terminaba de consumir el cigarrillo, hasta que al final respondí:

-Es posible.

-Bueno, ahí lo tienes.

-¿El qué?

-En el fondo sabes que quieres volver, que una parte de ti lo echa de menos, por mucho que insistas en ocultarlo, y por mucho que a mí me duela… - Fue bajando el volumen de su voz mientras hablaba, de manera que la último frase no fue más que un susurro perdido en el viento.


Me impactó su sinceridad, y supe que tenía razón, supe que quizás aquel vaso repleto de agua que se desbordaba en mi interior ya no fuera tan importante al fin y al cabo. 

viernes, 12 de agosto de 2016

Vacía

Vacía,
vacía como nunca antes,
vacía como quien dice que no volverá a sentir nada.
Vacía y finita,
finita sin remedio y vacía para los demás.

Pero vacía sencillamente,
un alma hueca y agujereada,
sin nada más allá de una mirada amarga.
Vacía,
pero vacía como cuando le dijiste que no volverías,
y finita,
pero finita como un cigarrillo en una boca que se apaga.

Pequeña y desangrada,
libre de toda cadena y de toda puerta abierta,
pues ella ya no volverá a ser suya ni de nadie,
ya no caminará hacia atrás en el tiempo,
ni volverá a dejar de sentir nada,
ni la nada será nunca su lugar.

Porque ella, fantasma, ya no es ni será,
porque su vida desaprendida es como la calma que se va,
como aquello que si bien fluye ya no está,
como el pretender volar sin alas o el viajar hacia ningún lugar.
Es, para ella, un vacío que perdura sin ningún espacio ni tiempo,

Sólo con el ancla en el recuerdo. 




lunes, 25 de julio de 2016

VI | Días Grises

VI

-Bueno, pues aquí tienes. – Le dije mientras dejaba la gran caja de cartón junto a su cama. – Los 87 puzles.

Se quedó observándola durante unos segundos, hasta que replicó:

-No creo.

-¿No?

-Ahí no pueden haber 87 puzles.

-Papá, te prometo que esos eran todos los que habían en el armario del ático. Igual habían menos de los que pensabas.

Me sostuvo la mirada durante un instante, quería verme dudar, pero con el tiempo había aprendido a decir mentiras piadosas.

-Está bien. ¿Qué más tienes ahí?

Saqué el maletín de mi mochila y lo puse sobre la mesa.

-Tu tablero de ajedrez.

El viejo sonrió.

-Bueno, ¿qué? ¿Echamos una partidita?

-No puedo, papá. Tengo que volver al trabajo.

-¿Qué es eso?

-¿El qué?

Se quedó mirando fijamente un punto de brillo que procedía de mi bolsillo derecho. Joder, qué astuto era.

-No es nada. – Murmuré mientras metía la mano en el bolsillo para intentar esconderlo. – Tendrás alucinaciones.

Volvió a sonreír.

-¿Qué haces con eso?

¿Cómo podía ser tan perspicaz? Era increíble de las cosas que se daba cuenta y de las que no. Tenía ojos de lince.

-Esto es lo único que tengo de ella, ¿vale? El resto de cosas te las quedaste tú. Deja que me quede el colgante. – Le pedí casi temblando, con el colgante en la mano.

-Ven aquí, hijo.

Me acerqué lentamente a la cama, y me di cuenta de que sí que estaba temblando. Mis piernas tiritaban y sentía que aquel sudor frío me volvía a encerrar entre sus cadenas. Intenté mantener la postura una vez me senté junto a él, aunque sabía lo inútil que era, si había visto el colgante también vería el nudo que me ahogaba en aquel momento. Traté de respirar hondo mientras le sostenía la mirada a aquel viejo lince.

-Tengo todas las cosas de Iris y de tu madre guardadas en un garaje. Te dejaré la llave para que puedas ir cuando te apetezca y llevarte lo que quieras, ¿vale? – Habló con calma, cosa que agradecí.
Suspiré aliviado.

-Gracias, papá.

-Si no te lo había dicho antes era porque no habías venido.

-Lo sé.

-Bien, ahora déjamelo ver.

Le tendí el pequeño colgante de plata y lo puso entre sus manos. Un dolido silencio se propagó por la habitación durante unos instantes de reflexión. Ambos nos quedamos hipnotizados, con la mirada fija en el colgante, abstraídos de toda vida y hundidos en nuestra propia nostalgia, hasta que preguntó:

-¿Cuántos años han pasado?

-Quince.

Asintió lentamente, me devolvió el colgante con decisión y sonrió.

-Guárdalo bien.

-Lo haré.

***


Una vez en casa, paseé intranquilo hasta mi habitación y me senté con las piernas cruzadas frente al imponente armario de madera blanca. Abrí con cuidado el cajón más bajo, aquel que menos destacaba de toda la estancia, el único que no estaba lleno de ropa u objetos con apenas utilidad. Aquel que nunca se abría. Aquel cajón que metafóricamente ocupaba el lugar de baúl de recuerdos.
Cogí aire y me decidí a abrirlo después de casi cinco años cerrado. Al hacerlo sentí que se reabría una herida profunda que llevaba muchos años cerrada, aquella herida que traté de cubrir con todos los muros de piedra que pude, pero que nunca conseguí tapar del todo.

Allí se encontraban todas aquellas cosas que Iris hizo para mí, todas aquellas cosas que compartíamos  juntos, cosas que nos encontramos por el camino: dibujos, cartas, algunas fotos en marcos hechos por ella, varias rocas extrañas y conchas de playas desiertas, y, sobre todo, ahí estaban todos esos libros que alguna vez me regaló, que alguna vez me dijo que debía leer porque cambiarían mi vida. Siempre fue muy entusiasta, y yo siempre la quise por ello.


Puse cuidadosamente el colgante de media luna en el interior del cajón, junto al bote de cristal lleno de conchas. Me pareció el sitio idóneo en el que dejarlo.