Una mañana gris de un
invierno cualquiera.
Llevo tiempo viviendo en ese sentimiento sin nombre,
en ese limbo en el que lo bueno te sacia en un corto periodo de tiempo,
haciendo que te arrastres otra vez, probando otra vez, esa vez, una cualquiera.
Un limbo en el que nada de lo malo es importante, en
el que existe una unión irrompible y necesaria de uno y uno: dos. Un limbo en el que esa unión es verdadera,
pero siempre flexible y sin acabar, en la que ni el amor ni el dos son impuros, pero que a veces se
abandonan a la búsqueda de ese nuevo sentimiento, de la posibilidad de un
presente mejor, de una válvula de escape.
Porque uno y uno también puede ser tres cuando se quiera, porque las normas
están para romperlas de vez en cuando, y porque esa satisfacción que se busca
es corta pero intensa, pero irremediablemente corta.
Y si no funciona empezaré de nuevo y otra vez, pero
siempre cuidando de ese dos que tanto
me ha dado y por el que tanto di, ese dos
que sigue buscando esos momentos por los que mataríamos, los dos, como casi uno
solo, una sola existencia con dos mentes, dos corazones, pero una sola.
Cuánto he tardado en darme cuenta realmente, de que
ya no importan los prejuicios, ni las miradas amargas, ni los comentarios
lascivos, porque somos uno solo, y
porque uno suma más que dos.
M
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