martes, 6 de septiembre de 2016

VII | Días Grises

VII

-Voy a por un café ahí a la esquina, ¿quieres algo? – Me preguntó Claire a mitad mañana, interrumpiendo mi relectura de The Family of Man de Edward Steichen y Carl Sandburg, uno de esos extraordinarios libros que recomendaba leer a mis alumnos en mis días de profesor.

-Eh, vale, un café, gracias. – Musité sin levantar la vista de una de esas fotografías de Cartier Bresson que se quedaban grabadas en tu memoria. Comprendí entonces lo mucho que echaba de menos aquellos tiempos en los que llevaba una cámara atada a mi piel, aquellos tiempos en los que no llevar a cuestas el aparato de un lado a otro era simplemente inviable. Suspiré con nostalgia, y decidí rescatar la cámara del cajón en el que había estado aparcada los últimos años.

-Aquí tienes tu café. – me dijo mientras lo dejaba junto a unos cuantos papeles que me faltaban por revisar.

-Gracias, Claire. – En ese momento me percaté de que su pelo rubio estaba más corto y le llegaba por los hombros, dándole un aspecto más fino y elegante. – Bonito corte de pelo, por cierto.

Noté cómo se ruborizaba ligeramente.

-Gracias, y bonita… Barba.

Me reí.
-Gracias, la verdad es que no pensaba dejármela, pero no me apetecía lo más mínimo afeitarme. Si a ti te gusta creo que me la dejaré.

Sonrió.

-Sí, siempre queda bien, sobre todo a ti que eres moreno de ojos azules…

Asentí, aunque no sabía qué tenía que ver el color de ojos en eso.

-Bueno, disfruta del café, yo voy a seguir…

De repente sonó el teléfono y la interrumpió, así que se despidió con la mano y se alejó. Bebí un rápido sorbo de café y descolgué el teléfono.

-Biblioteca St. James, ¿qué desea?

-Estoy buscando a Ewan Wilson, ¿trabaja ahí?

-Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?

-Soy el Director Anderson de la Universidad.

-¿Director Anderson? ¡Vaya, cuánto tiempo sin hablar con usted! – Sonreí con entusiasmo al evocar aquellos recuerdos. 

Pude oír una risa grave a través del interfono.

-Temía que ya no te acordaras de mí.

-Por supuesto le recuerdo, señor.

Volvió a reír.

-Estupendo. Oye, quería comentarte un asunto.

Me interesé, podía ser que requiriera mi presencia para una conferencia o algo del estilo.

-Dime.

-Ha quedado vacante una plaza de profesor en tu materia, y no se me ha ocurrido una persona mejor cualificada que tú para el puesto. Sé que es un poco precipitado, pero el caso es que si te interesa convocaríamos una reunión para discutir algunos detalles este lunes.

No supe qué contestar. Había tenido mis razones para abandonar aquel puesto la primera vez. Recordé entonces el agobio que residió en mis entrañas durante los últimos meses en los que impartí clases. Los colmillos de la ansiedad volvieron a escalar por mi garganta, dejándome sin respiración y nublando mi vista; encerrándome en un torbellino de ojos hambrientos y sudores fríos por todas partes. Empecé a hiperventilar y los temblores recorrieron mis venas por doquier…

Sólo que no fue real. No tuve un ataque de ansiedad, sólo imaginé que lo tenía.

-¿Ewan? No te preocupes si necesitas tiempo para pensártelo, en serio.

Carraspeé para ganar algo de tiempo, justo el necesario para que mi mente dejara de alucinar y empezara a plantearse aquella como una posibilidad real. No obstante, mi primera inclinación fue rechazar la oferta, casi mecánicamente:

-Señor Anderson…

-Ewan, sólo piénsalo. – Me conocía demasiado bien como para saber que no podría darle una 
respuesta sin considerar todas las posibilidades antes.

-Lo haré.

-Bien, te doy hasta el viernes para deliberar la oferta. Te enviaré el contrato esta tarde para que puedas echarle un vistazo, aunque conociéndote lo leerás al menos cien veces. Será un contrato borrador y totalmente flexible, así que no te preocupes, ¿vale? Es sólo una propuesta que me gustaría que consideraras. Ha pasado mucho tiempo, casi año y medio, las cosas pueden haber cambiado, o no. – Hizo una pausa. - Yo sólo quiero que lo pienses detenidamente. Sin presiones.

-Lo haré. – No supe qué más decirle. 

-Está bien. Espero tu llamada. Un abrazo.

-Adiós. – Colgué.

-Hey, ¿estás bien?

Al parecer Claire había estado rondando por la planta todo el tiempo, y apenas me había dado cuenta.
Al ver que no contestaba y que seguía en estado de shock, cogió una silla que había en una de las mesas de lectura y la puso junto a la mía.

-¿Ewan?

Me giré y me quedé mirándola durante un momento, parecía realmente preocupada por mí. Estaba sentada con una pierna sobre la otra y varios libros en su regazo que le faltaban por ordenar, con sus grandes ojos avellana mirándome con expresión serena pero cariñosa. Había algo en ella que me transmitía la más plena confianza, quizá era su estilo despreocupado y causal pero siempre fino y elegante, quizás era su cuerpo de niña de catorce años o quizá su sonrisa blanca y pura. No lo sabía. 
Parecía tan dispuesta a ayudarme que casi me daba pena no contarle nada, como era habitual.

-Me han ofrecido un puesto en la Universidad en la que trabajaba de profesor antes de venir aquí.

Su expresión se ensombreció, a pesar de que intentó ocultarlo.

-¿Y qué les has dicho? – Su voz sonó mucho más fría que de costumbre.

-Que lo pensaría.

-¿Puedo hacer algo?

-No hace falta que hagas nada, Claire, pero si quieres puedes ayudarme a decidir. Aunque claro, me figuro no podrías ser una persona imparcial respecto a este asunto.

-Puedo serlo.

Sonreí.

-No, no puedes. Pero gracias.

-Vamos, Ewan, hace mucho que nos conocemos y de verdad que puedo ayudarte, soy muy buena en la toma de decisiones. Y te prometo que no intentaré nada para que te quedes, aunque me gustaría. -Ahora fue ella la que sonrió.

Me rendí con un suspiro algo dramático.

-Bueno, vale.

-Pues si quieres vamos a la cafetería de la esquina cuando terminemos el turno de mañana, tiene una terraza muy chula.

Asentí.

***


Le pegué un sorbo al café mientras ella se encendía un cigarrillo. Era la primera vez que la veía fumando, y, hasta ese momento, no tenía ni la más remota idea de que lo hacía. No le pegaba nada.  

-No sabía que fumaras.

-¿Quieres uno?

-Bueno, no fumo desde que estudiaba en la universidad.

Se quedó mirándome mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla.

-Está bien, por qué no.

Me encendí el primer cigarrillo en más de siete años, y lo disfruté como solía, mientras me empapaba del entorno de aquella pequeña terraza que rozaba un estilo de lo más excéntrico y bohemio.

-Está bien este sitio. – Musité una vez escapó el humo gris atrapado tras mis dientes.

-¿No habías estado?

-No suelo ir a cafeterías.

-Yo me tomo un café aquí antes de ir a la Biblioteca todos los días.

-¿Fumas mucho?

-No, tres o cuatro cigarrillos al día. He llegado a fumar casi el triple en mis días, por lo que considero esa cantidad tan ridícula que me califico como una persona no fumadora.

-Vaya, realmente no te pega nada.

Se encogió de hombros.

-Bueno, Ewan, vayamos al grano.

Me puse algo tenso.

-¿Te interesa el puesto?

Consideré ligeramente a respuesta antes de contestar:

-Yo tuve ese puesto un día, y sí, para qué negarlo, estaba bien pagado, el ambiente era bueno y el sitio una maravilla.

-¿Por qué abandonaste?

-No fue por una razón en concreto, fue mi vida la que cambió. – Hice una pausa, meditando las palabras que diría a continuación. – Tienes que entender que para mí no era sólo un trabajo, era una inspiración para transmitir a mis alumnos aquello de lo que realmente disfrutaba: el cine y la fotografía. Estaba en mis venas la necesidad de compartir con ellos mis experiencias y aconsejarles de la mejor forma que sabía. Incentivaba mentes jóvenes y creativas para que un día llegaran a ser directores de cine o fotógrafos profesionales o cámaras o productores o realizadores o mil cosas más. Era algo realmente único que me tomaba muy en serio.

-Estoy esperando a que pongas alguna pega.

-La pega, sí. – Inspiré profundamente. – Llegó un momento en el que la presión era demasiado fuerte, en el que me agobiaba por casi cualquier cosa. Habían mentes brillantes allí dentro, Claire, y yo estaba en un momento de mi vida en el que no me sentía preparado para formarles. ¿Merecían unas mentes brillantes como las suyas, un profesor mediocre, un profesor que no pudiera aportarles nada, alguien sin ese incentivo que necesitan los alumnos para alcanzar lo que se propongan? La respuesta es no.

-Vale, entiendo tu postura, pero, ¿por qué estabas así? Tenía que haber un motivo.
Suspiré, nunca había hablado de aquellos días oscuros con nadie. Ni siquiera sabía cómo me había dejado convencer para contárselo a ella. A pesar de ello, continué:

-Sí, lo hubo. Mi madre tuvo un derrame cerebral por aquella época. Yo ya estaba mal de por sí, pero la muerte de mi madre fue como la gota que colmó el vaso. No me veía capacitado ni con las fuerzas suficientes para ponerme frente a cien personas todos los días y aparentar que no ocurría nada. Fui incapaz.

-Lo siento mucho, Ewan.

Un incómodo silencio inundó la conversación, justo hasta que el camarero llegó y nos preguntó:

-¿Queréis que os rellene el café?

-Sí, gracias. – Dijo ella con una amable sonrisa mientras el hombre nos llenó las tazas para luego irse a atender otra mesa.

-Bueno, ahora lo entiendo. Necesitabas alejarte de aquel mundo y trabajar en la tranquilidad de una Biblioteca, al menos mientras te recuperabas del choque.

-Exacto. 

Ambos tomamos un sorbo.

-¿Y volverías si supieras que todo iba a ser como al principio?

-Sin duda.

-¿Y no crees que a lo mejor ya no te afecta lo rebosante que pudiera estar ese vaso?
Me quedé replanteándome aquella pregunta trascendental durante unos segundos, mientras terminaba de consumir el cigarrillo, hasta que al final respondí:

-Es posible.

-Bueno, ahí lo tienes.

-¿El qué?

-En el fondo sabes que quieres volver, que una parte de ti lo echa de menos, por mucho que insistas en ocultarlo, y por mucho que a mí me duela… - Fue bajando el volumen de su voz mientras hablaba, de manera que la último frase no fue más que un susurro perdido en el viento.


Me impactó su sinceridad, y supe que tenía razón, supe que quizás aquel vaso repleto de agua que se desbordaba en mi interior ya no fuera tan importante al fin y al cabo. 

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